
Cuando me decidí a participar en la ingente, ardua, imposible, pero divertida tarea de elegir los 50 mejores discos de la Historia del Rock, una iniciativa de The Best Music y de Freaky Boy Hood, sabía que me dejaría muchos fuera. En 55 años de rock’n’roll, se han hecho cientos de discos, muchos de ellos con la etiqueta, y con argumentos, de mejor de la historia. Qué frustración cada vez que en los comentarios, con toda la razón del mundo, te recuerdan los que has olvidado, o simplemente dejado fuera, porque no “cabían”. Ni siquiera en este blogguito cabrían los que merecerían estar y no aparecen. Desde Elvis a los Fleet Foxes, pasando por Buddy Holly, Orbison, Berry, Yes, Deep Purple, Moody Blues, Radiohead (¡ay Mr. Truffle!) … interminable la lista de maravillosos álbumes descartados.
Pero de lo que no tenía duda era del nº 1. A pesar de que los que me conocen saben que disfruto con todos y cada uno (incluyendo la sesión en la Decca) de los discos de nuestros héroes, mi preferido siempre será éste, seguramente por esas varias razones por las que un disco se puede convertir en especial. Cuando se publicó, hacía tres o cuatro meses que había fallecido mi padre. Vivíamos en Cádiz y nos tuvimos que trasladar al pueblecito (San Juan del Puerto, Huelva) donde aún, a pesar de todo, sigo viviendo. Cuando llegué, todo era desolación en mí. Con 11 años, sin amigos, muchos me llamaban mariquita porque tenía el pelo largo (¡1969!), sin papá…
Y en ésto, un maravilloso día, escucho de mi único compañero, un sencillo transistor Phillips: “¡Acabamos de recibir el nuevo disco de Los Beatles, se llama Abbey Road, nombre de la calle donde tienen su estudio de grabación, en Londres! El tema que abre el álbum y que saldrá como single en España se llama…”. Imaginaos la situación, la impresión fue mayúscula.
Me ha acompañado hasta hoy. Lo único que se necesita para hablar de su calidad es nombrar el título de las canciones, una por una… Para qué alabar sus voces (¿voces?, ¿acaso Because?), sus guitarras, sus baterías, sus teclados, ¿sus bajos?, psss. Sus letras, su buen humor, amor, dolores e ironías. Su clase. Su sir George Martin, bueno...
La anécdota.
Quedé fascinado (en aquella época ya era un consumado beatlemano, gracias a mi hermano mayor) con este disco sublime y reparador, con la portada, con los estudios y con ese paso de cebra. La primera vez que fui a Londres, en 1976, lo primero que hice fue ir a cruzarlo. Estaba exactamente igual que en la famosa foto de Macmillan, hoy en día algo cambiado. Una vez allí, con la inocencia y la ilusión de 18 años, me dirigí decididamente, atravesando la verja, hacia la puerta principal de los estudios. “Eh, detente. No se puede pasar. Este es un lugar de trabajo”. En aquella época, solían trabajar por allí Paul McCartney, George Harrison, Pink Floyd, Alan Parsons, Cockney Rebel, Yehudi Menuhin, Stephane Grappelli, …
Cada vez que lo intentaba, año tras año, siempre recibía la misma respuesta: -“Lo sentimos. No se puede.” -“Algún día podré”, pensaba yo, mientras me conformaba con cruzar, otra vez más, el paso santo. Por cierto, se dice que en todas las cabezas de los que cruzan siempre suena “Come Together” (shhhhhoot me duddu dudum…).

… En la foto, con Kathy Varley, auténtica apple scruff (esas que estaban días y noches en la puerta, a las que George dedicó una preciosa y simpática canción con ese título), ahora relaciones públicas de Abbey Road y responsable de la presentación de la 1ª edición en CD (como queda especificado en los créditos) del Sgt. Pepper’s, visitando el estudio 1. Es el más grande de los cuatro con los que cuenta en la actualidad. Aquí graba, por ejemplo, la Orquesta Sinfónica de Londres. Los Beatles solían grabar en el estudio 2, pero aquí hicieron, para la televisión, A day in the life o All you need is love. Por fin, trabajito me costó, pude… en abril de 1991 (It was twenty years ago today…).
En esos momentos, mientras nos hacían la foto, estaban grabando por allí el grupo sueco A-Ha y un tal Roger Daltrey…
